#HistoriasQueMarcan «Con pesar estoy rematando mi casa para poder comer»

Marinely Oviedo, de 65 años, doctora en Ciencias de la Ingeniería y docente universitaria, cuenta su historia demoledora: Está rematando su casa para alimentar a su familia. Su testimonio es el reflejo del drama que viven miles de profesionales en Venezuela.

Milagros Palomares

Los ojos se le llenan de impotencia cuando narra que la crisis le arrebató todo, hasta la vida de una de sus hijas. En su mesa solo puede servir granos, arepas y arroz, sin proteínas; un drama que viven millones de venezolanos.

El salario de Marinely se le vuelve sal y agua entre sus manos. Solo le permite completar el 2% de una canasta básica que completa cuesta 300 millones de bolívares (unos 3 dólares); y para medio hacer mercado ha tenido que vender sus joyas, electrodomésticos y hasta su vehículo.

«Con pesar estoy rematando mi casa para poder comer y comprar mis medicinas. Le bajé el 40% de su valor y espero venderla pronto para irme de Venezuela».

«En Venezuela vivimos un horror, una era casi apocalíptica», así sintetiza Marinely el deterioro de su calidad de vida, a pesar de que tiene varios postgrados y ha trabajado por 45 años.

Como una especie de catarsis, el pasado 8 de agosto, Marinely escribió en su cuenta de Twitter un mensaje que se viralizó, y que hasta este martes, el tuit tenía más de 6.400 mil RT, 10.900 likes y casi 900 comentarios.

 

El salario se le vuelve sal y agua entre sus manos cada 15 días, solo le permite completar el dos por ciento de una canasta básica que cuesta 300 millones de bolívares, en un país donde una de cada tres personas pasa hambre, según afirma un estudio del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, publicado en febrero pasado.

Para medio hacer mercado, ella ha tenido que vender sus joyas, obtejos más preciados, electrodomésticos y hasta su vehículo.  El deterioro de la calidad de vida de los venezolanos se agudiza cada vez más por una hiperinflación de 2.300 por ciento (la más alta del mundo), y una dolarización no oficial de la economía del país más rico en reservas de petróleo, que paradójicamente alcanza un 96,2 por ciento de pobreza total, un número que aumentó en relación con el presentado en 2018 (92,6 por ciento), de acuerdo con la  más reciente Encuesta Nacional de Condiciones de Vida en Venezuela. 

En el sector donde reside —en la capital del estado Lara— tienen un año y medio sin electricidad en las noches, seis de cada siete días a la semana; los apagones son constantes desde 6 de la tarde hasta 1 o 2 de la madrugada. Desde hace siete meses no cuentan con servicio de gas doméstico por tuberías, por lo que tienen que adquirir bombonas (cilindros) a elevados precios en dólares; el agua solo les llega un día a la semana, y el servicio de internet se va varias horas en el día, y de noche nunca tienen. Ya no pueden ver televisión por cable porque la compañía Directv, la más accesible para el bolsillo de los venezolanos, se fue del país debido a problemas con el Gobierno por la parrilla televisiva.

De la otrora Venezuela, esta larense extraña que antes se podía construir un futuro y una estabilidad familiar con trabajo y esfuerzo. Pero todo ese sueño se le esfumó cuando una de sus hijas gemelas se quitó la vida en septiembre de 2019, producto de una severa crisis depresiva que estalló en medio de un apagón de siete horas.

Marinely aspiraba ver a Venezuela tomar otro rumbo, y por eso no emigró hace cinco años, cuando comenzó la diáspora venezolana que se expandió por todo el mundo. La experiencia con la depresión y la muerte de su hija la hizo comprender que quizás fue un error quedarse en su país, porque —según añade— es inhumano lo que se está viviendo, y nada superará  cualquier crisis vivida en un país sin guerra.

Ella es una mujer fuerte y se prometió a sí misma no permitir que a su otra hija, Gabriela, le ocurra lo mismo.  «Mi hija se deprimió mucho porque no veía un futuro en Venezuela, las dos se graduaron de comunicadoras sociales. Lamentablemente de su promoción se quitaron la vida dos chicas», recuerda Oviedo, quien precisa que el mes del fallecimiento de Laura otras siete jóvenes se suicidaron en el estado Lara.

Con el trino de Marinely  se identificaron casi mil usuarios de twitter, quienes conmovidos le manifestaron palabras de aliento y solidaridad. Otros la respaldaron en su decisión de huir del país, como le escribió Judith: «Somos dos. Dejaré el pelero apenas pueda», mientras que José Antonio Pérez coincide con su posición: «La revolución acabó con todo. Desapareció a la clase media convirtiéndonos en pobres. Nuestros títulos universitarios, obtenidos con mucho esfuerzo, parece que ya no valen nada, al igual que nuestras propiedades. Contaminaron las aguas y destruyeron todas las instituciones».

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